Proyecto Final

 MUERTE ACADÈMICA 

La Universidad de la Montaña era un prestigioso claustro de educación superior, reconocido no solo por su calidad académica, si no también por la gran cantidad de propuestas investigativas. Està, al igual que otras reconocidas universidades de Bogotá, se encontraba ubicada en los cerros orientales. Desde allí se podía observar el ir y venir diario de los capitalinos. Tan privilegiada ubicación le confería una barrera “invisible” que le permitía estar separada del estrés, la bulla y el ajetreo tan característicos de las grandes urbes como Bogotá. En este lugar la tranquilidad tan propia de los sitios donde sobreabunda el conocimiento, como bibliotecas, se veía entremezclada con la paz y la armonía que transmiten el cantar de los pájaros sobre las copas de los árboles de las altas montañas, creando un ambiente único que era capaz de impregnar y poner en sintonía a todo aquel que visitaba dicho lugar. Sin embargo, dicha atmósfera a veces se veía enturbiada por grupos de estudiantes que entre sus pláticas elevaban la voz para de vez en cuando soltar una que otra carcajada o de jóvenes afanados, esperando llegar a clase a tiempo. Pero de entre todos, quien más perturbaba está grácil atmósfera era el profesor Fernando, quien se hallaba pensativo en su despacho..    

Fernando era un reconocido y apasionado docente de Física, quien se preguntaba diariamente -”¿De qué me sirve ser “bueno” en mi trabajo, si lo único que importa es publicar, y subir el “estatus” de la UM?”- Fernando ciertamente estaba en una encrucijada. Dado que su puesto en la UM dependia de la publicación anual en la revista de “Ciencias para la vida” y estos últimos meses ninguna idea parecía surgir de su mente. A él le gustaba enseñar, se destacaba porque los alumnos solían elegirlo antes que a los otros profesores para cursar determinados espacios académicos. Cuando acababa la jornada académica, era común encontrar a sus colegas profesores y a sus estudiantes tomando un café mientras disfrutaban de la vista que ofrecían los grandes ventanales de la UM. El atardecer era precioso, pero  Fernando no podía notarlo. El plazo que tenía para enviar su propuesta de investigación anual estaba caducando, poco a poco estaba perdiendo todos y cada uno de sus nervios. No podía pensar en que hacer, o sencillamente como hacer algo. Aparte de todo ello estaban sus alumnos de últimos semestres, tan preocupados en graduarse, tan inmersos en sus pequeñas tesis, pululaban alrededor de èl pidiendo guia en sus trabajos finales, preguntando una cosa y otra. Y Fernando no podía con màs. Cuando no eran ellos, se “encontraba”, por no decir que el decano lo perseguía, para que enviara ya mismo su idea. A diario el querido decano le saludaba con una sonrisa que implícitamente le mostraba el poco tiempo que quedaba para mandar su propuesta, y si no era el decano, entonces eran sus apreciados colegas que parecían jactarse de su desgracia. Siempre era uno u otro comentario. ”Ey viejo Fer, ¿còmo va ese proyecto?”, “Estas un poco quedado este año ¿no?, deberías dejarnos tu plaza, los talentos jóvenes" ¡somos el futuro!”, “¿Cómo estás Schrödinger, desempleado o casi?, jaja no te lo tomes a mal amigo”. Definitivamente la suerte no estaba del lado de Fernando, o por lo menos no este año. 

Mientras bebía la que sería una de las primeras tazas de café de esta noche, èl revisaba su correo, sus queridos alumnos estaban pasando de apreciados a insufribles en solo segundos. Tenía un montón  de correos en la bandeja de entrada. Poco a poco fue eliminando lo que no le interesaba -realmente estaba eliminando todo, lo único que importaba en estos momentos era su propuesta de investigación, su plaza en la UM-, llamó su atención un mensaje -“URGENTE-PROPUESTA DE GRADO”-, Fernando ni siquiera pudo evitar que una sonrisa chueca se plasmara en su rostro. La pura y dura ironía de la vida, es decir, èl toda una eminencia, un sujeto de respetable trayectoria, de impecable legado académico. Atrapado en un bloqueo mental, y estos niños, sus alumnos, balbuceando “propuestas”, ¡ja! seràn sandeces, si él no ha tenido una buena idea en meses, menos aún aquellos mocosos. La curiosidad lo venció, al menos iba a mirar quien osaba presentar su “propuesta”, fue deslizando el cursor, y así descubrió el nombre de una chica “Alexandra”, él como buen maestro dejaba huella en sus alumnos, más nunca los alumnos dejaron huella en él. La recordaba por sentarse en los primeros asientos de la clase, y quizá por traer ropas un poco maltrechas, nada más. Totalmente indigna de ocupar un lugar en sus pensamientos en estos momentos de crisis.

Alexandra era una chica bastante corriente cuya primera impresión evocaba nada más que normalidad. Piel blanca, ojos cafes, cabello ondulado y negro, estatura promedio y delgada. De hogar humilde, con la suficiente suerte de tener una madre que le inculcó desde pequeña el amor hacia el conocimiento. Aunque no era especialmente talentosa para la física, siempre encontró en esa disciplina un reto que eventualmente le despertaría una singular pasión. Esta pasión siempre estuvo acompañada de una gran perseverancia, la cual y después de mucho tiempo y esfuerzo de su parte, le llevó a ganar una beca en ciencias físicas dentro de la Universidad de la Montaña. Su paso por la universidad no dejó indiferente a los profesores, pues aunque ella no era un prodigio ni una genio, su dedicación por la física se reflejaba en cada clase, en cada trabajo y en cada momento cuando se tornaba propicio hablar un poco (o bastante) del tema.

Una de las tantas tardes que Fernando se hallaba pensativo y cabizbajo porque estaba siendo excesivamente presionado para entregar los resultados de una investigación que ni él mismo sabía en qué consistía, Alexandra, o Alexa, como le decían los más cercanos a ella, se encontraba charlando con sus amigos sobre algún posible candidato que surgiera como tutor de la tesis que tenía que presentar. Debìa tomar una decisión, y  pronto. Su beca era por una cantidad determinada de tiempo. Aunque siendo honesta, el tiempo realmente no le preocupaba demasiado, desde su entrada a la UM venía desarrollando su propuesta de grado, a su criterio, y al de sus amigos era, una idea sencillamente novedosa, sólida, e impactante. De todos los profesores posibles, sus amigos llegaron al consenso que el más indicado era el profesor Fernando, puesto que Fernando era el único docente cuyo campo de acción era compatible con la idea de trabajo que tenía en mente Alexandra. No obstante, Alexandra se hallaba renuente ante tal idea; pues aunque no tenía duda de la calidad de Fernando como investigador y docente, ya que su hoja de vida, sus publicaciones y estudios de posgrado podían hablar casi por sí solos. O incluso la facilidad de enseñar producto seguramente de la misma facilidad con la que expresaba su genialidad.  Su duda radicaba en la calidad ética del profesor cómo sujeto y como persona. Pues a lo largo de la estancia de Alexandra en la Universidad,  había escuchado ciertos cotilleos de pasillo, los cuales decían que Fernando no tenía reparo en exigir que se le colocara a él como autor principal al momento de realizar cualquier investigación; que en varias ocasiones había robado ideas de investigación de sus estudiantes, y que no tenía problema alguno en ser severo con los castigos a sus estudiantes cuando cometían alguna falta por mínima que fuera. De hecho Alexa fue testigo de esto último; pues Fernando había hecho expulsar de la Universidad  a una de sus compañeras, cuando llevaban poco menos de año y medio de  carrera; todo por que la desafortunada mujer  había cometido el infantil error de copiar y pegar un solo párrafo de algún otro trabajo de internet, al momento de realizar el trabajo final que exigía el profesor Fernando como requisito para aprobar su materia; a lo que Alexandra pensó “¡Qué irónico! que alguien cuya reputación está precedida por el hecho de quedarse con el crédito del trabajo de los demás, sea tan severo con alguien que en esencia cometió el mismo error, sencillamente injusto”. Alexa y los demás compañeros, estaban seguros que esos chismes y la actitud de Fernando eran los causantes de que muchos estudiantes, colegas y demás personas ya no lo buscarán para pedir guía, colaboración o asesorías al momento de realizar investigaciones.  Pero ella necesitaba a Fernando, y solo podía preguntarse ¿habrá despreciado mi investigación?  ¿sin siquiera mirarla?

Fernando se dispuso a abrir el correo que Alexandra le había enviado, y en dicho correo Fernando encontró la salvación que tanto buscaba. Pues la propuesta de Alexandra aunque aún estaba un poco “verde”, tenía el potencial suficiente de sacarlo del apuro en el que se encontraba. Por lo cual procedió a responderle a Alexandra inmediatamente, con el fin de concertar una cita donde pudieran discutir el tema a fondo. 

Eventualmente el día de la reunión llegó, y Fernando le comentó a Alexandra que aunque la propuesta de ella era muy buena, si se quería realizar algo digno de la palabra excelencia, tenían que realizar muchos cambios, a lo cual Alexandra accedió. Una vez terminados de discutir cada uno de los pormenores en cuanto a la propuesta, Fernando y Alexandra partieron cada uno a su hogar, cada uno emocionado y expectante por cosas diferentes. Fernando porque ya tenía razones para no tolerar otro día menos de burlas, tensiones,  clases que poco a poco iban perdiendo el sentido y que poco a poco lo iba llevando a su límite; y Alexa porque había empezado a dar un gran paso en su carrera y su proyecto de vida. Sin embargo, esa noche Alexandra tuvo un mal sueño, uno premonitorio que le advertía sobre todo lo malo que estaba a punto de devenir. 

El tiempo transcurrió con completa normalidad. Alexandra radicó de manera formal su trabajo de grado, el cual fue aceptado sin ningún contratiempo. Fernando ayudó a encaminar mucho mejor la propuesta de Alexandra, tanto que parecía un nuevo trabajo. La pregunta problema, los objetivos, la justificación, todo parecía diferente ahora, sin embargo la esencia original seguía estando allí presente, aunque no lo pareciese. Tal vez ese fue el error de Alexandra. El haber permitido tantos cambios en su propuesta original le pasarían factura, sin embargo ella no fue consciente de esto; pues todo parecía ir viento en popa para ambos. Tanto Fernado como Alexandra trabajaban mancomunadamente; Alexandra por la simple pasión de llevar a cabo su primera investigación, y Fernando con el interés de que esta no fuera la última. 

Las cosas no tardarian en complicarse. Fernando fiel a su estilo, no demoró mucho en reclamarle a Alexandra que él registraría como investigador principal al momento de publicar la tesis. Esto llenó de gran frustración a Alexandra, pues al fin y al cabo la idea original y la iniciativa de todo había sido de ella, por lo cual Alexandra trató de conciliar con el profesor. Sin embargo, él no tuvo reparo en argumentar que aunque la iniciativa había sido de ella, él había pulido y dado un nuevo enfoque al trabajo; por lo tanto él era quien en realidad estaba detrás de todo intelectualmente. Fernando pensó para sí mismo “si la situación fuera otra, tal vez daría mi brazo a torcer, pero mi situación actual no me lo permite. El decano iría a por mi cabeza, y los cuervos a los que llamó colegas se quedarian con el resto del cuerpo”.  Lo realmente grave de todo, es que Fernando no podía quedarse sin empleo. Sabía que si era despedido, no demoraría mucho en encontrar una nueva cátedra en cualquier otra buena Universidad. Pues él era consciente de que era respetado dentro de los círculos académicos, y como profesor era excelente. Tenía el talento, la experiencia y la formación para hacer que hasta el más obtuso y cerrado de mente entendiera los temas más complejos en física. Incluso le había enseñado a sumar y a restar a su perro. Sin embargo su hijo se encontraba próximo a realizar  un viaje a Londres, Inglaterra como parte de una beca. Pero a pesar de ser una beca, Londres no era una ciudad famosa precisamente por ser económica. Por lo tanto tenía que conservar su trabajo al precio que fuera. Pues no podía permitir que su hijo sufriera las humillaciones que él sufrió cuando estudiante, tenía que arreglárselas trabajando, aguantando toda clase de humillaciones por no haber llevado bien la orden,  o por haberse retrasado un poco con la entrega del envío.

La relación entre Fernando y Alexandra cada vez se iba haciendo más compleja y delicada. Al igual que una olla a presión dañada, la situación entre ambos tarde o temprano estallaría. Alexandra constantemente recriminaba a Fernado entre sus amigos y allegados diciendo que él profesor no daba el suficiente crédito a ella, para llevárselo todo él. Fernando hacía lo propio, y acusaba a Alexa de lo mismo. La comunicación entre ambos cada vez era menor.  Fernando nunca se preocupó de decirle a Alexa de que él, al no figurar como investigador principal en la publicación del trabajo, podría perder el puesto en la Universidad, y esa eventual pérdida de empleo acarrearía consecuencias negativas para su hijo. La situación tendría su punto de no retorno cuando una tarde cualquiera, Alexa estaba reunida con sus amigos, y mientras ella comentaba como de costumbre, lo mal tutor y lo aventajado que era Fernando; el mismo Fernando la escuchaba escandalizado, pues ella ni ninguno de sus amigos se habían percatado de la presencia del profesor, ya que este había decidido justo ese día, ponerse la boina, que tanto se había reusado en usar, para ocultar su creciente y escandalosa alopecia de hombre cincuentón. Fernando no podía creer lo que escuchaba de parte de Alexandra; pues todo de lo que ella decía estaba injustificado o sacado de contexto. Fernando sorpresivamente la increpó y le reclamó por tan falsas acusaciones. Alexandra se defendió; no obstante y tal vez producto del ímpetú juvenil y de la carga de adrenalina del momento, producto de la sorpresa, sus réplicas se iban tornando cada vez más agresivas. Su tono de voz iba subiendo hasta casi volverse gritos, y los movimientos de sus brazos y cuerpo en general progresivamente se iban haciendo más violentos. Sin embargo Fernando permaneció estoico y sereno durante el encuentro. Alexandra no fue consciente del escándalo hasta que no hubo la suficiente gente alrededor de ellos. Una vez calmada, procedió a retirarse del lugar en llanto. Fernando seguía en completa calma, pues no podía perder su cupo en la Universidad, y menos ahora por las falsas acusaciones de una chiquilla insolente. 

En la noche Fernando recibió un correo  de parte del decano, citandoló para que tanto él, como Alexandra dieran explicación de tan bochornoso escándalo. Al día siguiente cada uno estaba a primera hora en la oficina del decano para dar su versión de lo sucedido. Fernando fue más hábil en su defensa, siempre sereno, calmado, y con un discurso bastante coherente y creíble. Alexandra en cambio se tornaba ansiosa al hablar, por lo cual no se explicaba bien. Algunas veces subía de más su tono de voz, otras veces tartamudeaba al hablar, y casi siempre hablaba muy rápido, haciendo que sus argumentos y réplicas fueran inentendibles. Alexandra puso de manifiesto que no quería que el profesor Fernando siguiera siendo tutor de la tesis, sin embargo Fernando reclamaba ser el autor intelectual, pues a partir de una idea de Alexandra, él la había desarrollado una nueva pregunta de investigación. Por lo tanto, el decano abrió proceso disciplinario e hizo que el caso fuera estudiado por el consejo de Facultad. El consejo hizo lo propio y estudió el caso al por menor. El consejo notificó que tal y como lo había expresado Fernando, el correo inicial que había enviado Alexandra donde comentaba su propuesta de investigación, difería bastante del nuevo proyecto. Por lo tanto el consejo notificó que Fernando era el propietario del proyecto y que Alexandra perdía potestad de su autoría. Sin embargo Fernando no estaba contento con dicho veredicto, pues Alexa se había vuelto un incordio, y podría generar nuevos problemas en un momento tan delicado y crucial de su vida. Así que Fernando presionó al consejo, acusando a la mujer de haberlo difamado entre los estudiantes y demás miembros de la comunidad universitaria, y que ello podría acarrear consecuencias negativas dentro del claustro, pues a palabras de Fernado: su  “reputación había quedado por el suelo”.

Fernando nunca se había detenido a reflexionar sobre el contexto de sus estudiantes. La Universidad de la Montaña era una de niños ricos y privilegiados, que prácticamente tenían la vida casi arreglada desde la cuna. Ellos no habían sido como él, que desde joven había tenido que rifarse un cupo de entre miles para ingresar a una universidad pública. Ellos una vez graduados, no tendrían que trabajar como él lo hizo durante varios años, para poder acceder a sus posgrados, ni ellos tampoco tendrían la necesidad de publicar muchos trabajos, para que sus esfuerzos como investigador fueran reconocidos. A fin de cuentas, ellos desde el momento de su concepción, ya  la tenían más fácil. Por lo tanto Fernando no era consciente que Alexandra era una chica becada, de hogar humilde como el, que se había tenido que rifar una beca de entre miles, y que como él, también había tenido que aguantar el suplicio de ser humillada en trabajos mal pagos. Sin embargo Fernando nunca había sido víctima de prejuicios clasistas ni sexistas por haber sido una mujer pobre, estudiando una carrera universitaria de “hombres”, en una universidad para gente con “clase”. En cambio Alexandra si. Si Alexandra era expulsada de la Universidad, no pasaría nada, tal vez otro claustro de menos prestigio la acogería, ya que era una destacada estudiante, y sus notas le permitirían homologar la mayoría de la carrera. 

El consejo de facultad cedió ante las presiones del profesor Fernando. Nuevamente reabrieron el caso, y llegaron a la conclusión que Alexandra había incurrido en una falta grave, por lo tanto su beca quedaría anulada y su currículo sería reseñado.

Alexandra no se había acabado de recuperar aún del primer golpe, cuando fue notificada de la pérdida de su beca, y de la expulsión de la Universidad. Esto la había dejado destrozada, pero lo que la mató fue el hecho de ser reseñada tan injustamente en su currículum. Esto le costó el no poder ingresar nuevamente a una universidad. Todas las solicitudes y exámenes de ingreso que realizaba eran rechazadas cuando al mirar su hoja de vida, se daban cuenta de tan aberrante suceso. Pues qué clase de universidad se atrevería a acoger a una estudiante que había intentando apropiarse de la investigación de un prestigioso profesor, como lo era el profesor y phD. Fernado, y que además había tenido la desfachatez de acusar y difamar descaradamente.    

Fernando siguió con su vida normal, con un renovado interés en transmitir conocimiento, pero sin reflexionar con demasiada profundidad en sus actos. Alivianado de no tener que lidiar más con Alexandra. Con una jugosa investigación por concluir, y con un hijo viviendo el sueño frustrado de él. El de tener los privilegios que otorga el primer mundo.

La sabiduría popular que tanto rechazó Fernando a lo largo de su vida, le demostró que a veces podía ser más infalible, y con un poder predictivo mejor que cualquier ley de la Física. “La vida es un pañuelo” le decía su vieja y enferma madre cuando él era un joven que estaba a punto de graduarse. Su madre le decía esto con un tono místico. Sin embargo él se había vuelto un ateo para el cual no existía karma, destino o voluntad divina, en su mente solo había cabida para el azar. Y el azar, en una misma tarde, le daría las dos peores noticias de su vida. La primera ocurriría cuando su hijo le llamaría envuelto en llanto durante la madrugada,  comentandole que había perdido la beca, producto de haber sido acusado injustamente por un compañero de haber intentado plagiar una idea de trabajo. La segunda y más desgarradora, la recibiría en la tarde, cuando en la Universidad uno de sus colegas, que por cierto había sido bastante allegado a Alexandra, le comentaría que la joven muchacha se había suicidado.  



 


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